16 de junio, 2016 13:41
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Confusión. No indecisión momentánea ante el camino a seguir. No. Estructural. Decisiva. De la que obliga a repensar las categorías de lo que conocimos y cómo lo hicimos. Barro. Fango. Lodo. Mugre. El neorrealismo italiano de, paradójicamente, un tal López atiborrado de billetes forzando la entrada a un convento para atesorar el dinero, es síntoma y es imagen. Pero no es reflejo. No referencia la lucha por la justicia social. Ni el deseo de un país más justo. Tampoco la voluntad manifiesta y militante de millones de argentinos que creen que nadie se realiza en un país que no se realiza. Es, sí, síntoma de un modo enfermo de concebir la política, las relaciones contractuales y el manejo de las instituciones, políticas y mediáticas. En el grotesco de la detención y su registro están los datos de la descomposición del sistema que López representó. El que deja el destino de un proyecto colectivo en la discrecionalidad de manejo de un tipo capaz de convertir su psicosis en asunto de estado. Fue un alud lo de López. Se llevó puestas las discusiones acerca de la inequidad del país que se viene. Comprometió el ideario de los movimientos nacionales. Truncó los sueños de retorno de los que añoran liderazgos. Postergó la discusión sobre el verdadero sentido de la política. Ensució todas las banderas en las que creemos. Dejó ruinas enlodadas, conclusiones de sobrecito de azúcar acerca de la “corrupción intrínseca del populismo”, relaciones causales hilarantes de “si te hacemos faltar esto es porque se chorearon todo lo otro”. En ese barro vamos a discutir de acá en adelante. Es el grotesco asaltando la realidad desde su propia caricatura. Caricaturas que venimos naturalizando desde hace tiempo. Que por asimiladas son imperceptibles. La política charlada en los programas de espectáculos. Los dirigentes reducidos a celebridades de cotillón. Los líderes cuestionados por miras estrechas que ajustan las acciones de otros a su capacidad de analizarlas. Lo novedoso de lo de López es el desmoronamiento. El desborde. El alud inesperado. Pero ese barro en la práctica política se volvió material frecuente. Bajo la lógica de que el chiquero democratiza asimilamos la conversión del sistema a una lucha lineal de buenos contra malos de novela, sin matices ni complejidades. Así se trasladan las categorías domésticas del amigo enemigo al análisis global. Leer más
Confusión. No indecisión momentánea ante el camino a seguir. No. Estructural. Decisiva. De la que obliga a repensar las categorías de lo que conocimos y cómo lo hicimos. Barro. Fango. Lodo. Mugre. El neorrealismo italiano de, paradójicamente, un tal López atiborrado de billetes forzando la entrada a un convento para atesorar el dinero, es síntoma y es imagen. Pero no es reflejo. No referencia la lucha por la justicia social. Ni el deseo de un país más justo. Tampoco la voluntad manifiesta y militante de millones de argentinos que creen que nadie se realiza en un país que no se realiza. Es, sí, síntoma de un modo enfermo de concebir la política, las relaciones contractuales y el manejo de las instituciones, políticas y mediáticas. En el grotesco de la detención y su registro están los datos de la descomposición del sistema que López representó. El que deja el destino de un proyecto colectivo en la discrecionalidad de manejo de un tipo capaz de convertir su psicosis en asunto de estado. Fue un alud lo de López. Se llevó puestas las discusiones acerca de la inequidad del país que se viene. Comprometió el ideario de los movimientos nacionales. Truncó los sueños de retorno de los que añoran liderazgos. Postergó la discusión sobre el verdadero sentido de la política. Ensució todas las banderas en las que creemos. Dejó ruinas enlodadas, conclusiones de sobrecito de azúcar acerca de la “corrupción intrínseca del populismo”, relaciones causales hilarantes de “si te hacemos faltar esto es porque se chorearon todo lo otro”. En ese barro vamos a discutir de acá en adelante. Es el grotesco asaltando la realidad desde su propia caricatura. Caricaturas que venimos naturalizando desde hace tiempo. Que por asimiladas son imperceptibles. La política charlada en los programas de espectáculos. Los dirigentes reducidos a celebridades de cotillón. Los líderes cuestionados por miras estrechas que ajustan las acciones de otros a su capacidad de analizarlas. Lo novedoso de lo de López es el desmoronamiento. El desborde. El alud inesperado. Pero ese barro en la práctica política se volvió material frecuente. Bajo la lógica de que el chiquero democratiza asimilamos la conversión del sistema a una lucha lineal de buenos contra malos de novela, sin matices ni complejidades. Así se trasladan las categorías domésticas del amigo enemigo al análisis global.